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LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

by Benjamín M. Ramírez
Benjamin

EN EL REINO DE LOS INSEGUROS O DOS AÑOS DEL SEXENIO.

LA NOCHE DE LOS NAHUALES || Benjamín M. Ramírez

Capté su mirada perdida, anodina y sin brillo. —Aquí no se paran ni las moscas, dice. —Y quizá sean los únicos clientes que atienda por la mañana, —masculla entre dientes— mientras lleva la limpieza del pequeño local en donde expende gorditas y otros platillos, aparte de los chilaquiles.

El negocio está en el pleno corazón de la ciudad de Guanajuato —Guanajuato, capital— a unos cuantos pasos del jardín de la Unión y, a otros más, de la Universidad de Guanajuato. —Son los estudiantes los que mantienen vivos los negocios como el mío. Aquí vienen, al igual que los turistas a desayunar o comer—. —Ahora no vienen ni unos ni otros, afirma.

«— El pasado fin de semana estuvo regular, no como otros días en las que literalmente no puedes pasar a gusto por las calles. Yo no creo en esa enfermedad, musita, mientras sirve las tazas de café de olla aderezado con canela. —No estoy segura de sobrevivir otros meses con esta situación, externa con un dejo de tristeza mientras se ubica al borde del espacio que da a la callejuela tratando de encontrar a los clientes ausentes desde hace más de 8 meses.

«— Es muy raro que te hospedes en el centro de la ciudad, me manifiesta un amigo con mucha experiencia en viajes. Nunca encuentro disponibilidad de hotel, mucho menos en puente vacacional, asegura. Muy ufano le comenté que me hospedaría a escasos metros de la plaza de la paz.

Es el estado de Guanajuato, y su ciudad con vocación turística, lo mismo que los pueblos mágicos de Dolores Hidalgo o San Miguel de Allende. Ahí, donde días antes no dejaban pasar a los visitantes a menos que tuvieran una reservación de hotel en la ciudad, me comentó una ex – alumna al tiempo que me recomienda informarme antes de visitarla. —A lo mejor fue por el puente, expreso.

Guanajuato es el estado en donde la presencia del crimen organizado parece no penetrar el casco histórico de la ciudad declarada como patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO. Mientras recorro sus callejones y callejuelas me pregunto cómo es que pudieron alzar una ciudad con edificios casi colindantes unos con otros a escasos metros de distancia; decenas de policías están apostados a escasos metros de los sitios históricos de interés o del pleno centro de la ciudad.

Es la ciudad de la explotación minera, desde la colonia hasta nuestros días, donde las empresas extranjeras se llevan lo mejor en minerales pagando salarios de hambre, envenenando los mantos acuíferos de un agua tan escasa en la región.

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Pero Guanajuato, a parte de los recuerdos que me llegan en cada visita, de los días mozos, sigue dando la nota a nivel nacional por el nivel de inseguridad que se registra día a día: es el mismo nivel de temor hacia los cuerpos policiales adheridos a la FGE, que presuntamente le provocaron la muerte a un vendedor de tamales —hecho registrado en la ciudad de Celaya—, que el provocado por los continuos enfrentamientos armados, de los grupos criminales, el alto número de homicidios dolosos en los que se contabilizan tanto a malhechores como a inocentes, o el que obliga a que se activen los colectivos de búsqueda ante la inmovilidad y el paso lento de los cuerpos de investigación para dar con los desaparecidos.

Aquí no tiene nada de qué preocuparse, me comenta el servidor del transporte público, en la modalidad de taxi, —el conductor me corrige cuando digo taxista— al mismo tiempo que me propone la tarifa más alta para llevarme al aeropuerto internacional de Guanajuato. Luego le baja: por ser usted y por la hora, aparte porque tengo que andar con mucha desconfianza cuando veo a una pareja de sospechosos que me piden un viaje largo, pero usted me inspira confianza, afirma.

Mientras recorremos la distancia que separa la ciudad del aeropuerto ubicado en Silao, el taxista me comenta que en las ciudades turísticas no debo preocuparme. —Hay mucha seguridad, usted lo vio. El problema lo tenemos en la periferia, afuera de la ciudad, en las colonias; o en las ciudades como Irapuato, Celaya o Salamanca, lo mismo que Silao o León: es la ruta del trasiego, de los grupos criminales.

«— Usted puede verlo, afirma. Mientras recorro la ciudad —dice— no me atrevo a realizar servicios a esas ciudades que le comento, después de determinada hora, la misma población se impone a resguardarse temprano. Aquí no se puede andar jugando después de que oscurece. Prosigue con su historia. A mí, ya me han asaltado más de tres veces. En una, me dejaron muy mal, me golpearon mucho, pero sólo fueron pérdidas materiales. He podido identificar a quienes lo hicieron. Uno ya lo mataron y el otro huye cuando me logra ver.

Le expreso que ser prestador del servicio público —taxista—le ha de dejar muchas ganancias con la afluencia de turistas todo el año, porque muy poco, pero la ciudad no ha dejado de moverse. Ahí si tiene usted razón. No es mucho. Es cierto, afirma. Llega a un punto de la conversación en la que me ofrece trabajo. Se ve que es una buena persona, a usted lo contrato con los ojos cerrados, me asegura.

De la violencia en Guanajuato no puedo decirle mucho a usted que viene de una ciudad en donde la violencia, los ejecutados, son el pan de cada día. Pero no solamente en Tijuana o Guanajuato, explica, es en todo el país. Falta una verdadera estrategia para disminuir el índice de violencia que ahuyenta a las inversiones y aleja la tranquilidad en las familias…

Quizá el Presidente de la República puede augurar sobre la corrupción y la lucha frontal, puede mencionar los orígenes de MORENA en un evento oficial, pero existe una gran demanda, sólo una, en donde no puede ni debe evadirla: seguridad.

El clima de violencia y la normalización del número de víctimas, las estrategias fallidas o los pusilánimes planes para combatir la cultura de la muerte y su aceptación de tajo, no cambiará si cada uno de nosotros no realiza sus aportaciones diarias para construir una plataforma de la paz por el bien de quienes vienen detrás. Estoy seguro que no se puede erradicar fácilmente lo que se ha cimentado durante décadas, la ideología de que la maldad tiene la última palabra, de que México es el paraíso de la corrupción.

Estoy seguro que algo se está haciendo bien. Estamos construyendo los principios para un mejor futuro.

 

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